Soledad

Aquí estuve a punto de morir una noche de febrero. El auto patinó de costado en el suelo resbaladizo fuera en el lado equivocado del camino. Los autos que venían -sus lámparas –se acercaron demasiado. Mi nombre, mis hijas, mi trabajo se desencajaron y se quedaron en silencio atrás, cada vez más lejos.

Yo era anónimo como un niño en el patio de recreo rodeado de enemigos. El tráfico en dirección contraria tenía inmensas luces. Me alumbraron mientras yo maniobraba y maniobraba en un temor transparente que flotaba como clara de huevo. Los segundos aumentaron –tuve lugar allí -se hicieron tan enormes como edificios de hospital. Casi uno podía quedarse y respirar por un tiempo antes de ser aplastado. Luego surgió un amparo: un grano de arena salvador o una ráfaga de viento.

El auto partió y se arrastró rápidamente a través del camino. Un poste fue chocado y se quebró -un retumbo agudo –Voló en la oscuridad. Hasta que se aquietó. Me quedé sentado en sosiego y ví cómo alguien vino a través de la borrasca de nieve para ver qué fue de mí.

II

He vagado largo tiempo por los campos congelados de la Gotlandia del Este. Ningún individuo ha estado a la vista. En otras partes del mundo hay algunos que nacen, viven, mueren en un constante gentío. Estar siempre visible -vivo ante un enjambre de ojos -debe dar una expresión facial determinada. La cara cubierta de barro. El murmullo sube y baja mientras se reparten entre ellos el cielo, las sombras, los granos de arena. Tengo que estar solo diez minutos por la mañana y diez minutos por la tarde. -Sin programación.

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